La frase ·Adictos a la Escritura · Proyecto Marzo
(Esta es una entrada programada) Este mes el proyecto es curioso. Consiste en que cada participante propone una frase, luego, tras un sorteo, esta es adjudicada a otro participante diferente que tendrá que incluirla en un relato original. Aunque no lo parezca resulta complicado, al menos para mí lo ha sido :)
Pues bueno, la frase que me ha tocado a mí en suerte es: Después de tanto amor y tanto odio, no le quedaba más que aceptar que ambas cosas son inseparables...
Y el resultado, este.
Dos caras de una misma moneda.
Marta lo miró con fijeza, o al menos lo intentó. No lograba enfocar bien la vista. Las líneas del rostro de Alfonso, sus rasgos, se diluían, fluctuaban como un reflejo líquido en la superficie caldeada de una carretera. Súbitamente se angustió, no por la posibilidad de que algo estuviera afectando a sus ojos, sino por el temor de que, tal vez, no podría volver a contemplar su rostro.
«¿Y qué si es así?», se preguntó, vaciándose de la repentina desazón con la misma celeridad con que ésta se había apoderado de su ánimo. «¿No es eso, precisamente, lo que llevo tiempo deseando?». Se tocó la cara y notó en los dedos una sustancia líquida y pegajosa que le corría por la frente y las mejillas. «Sangre», dedujo sin que ello le inspirara ninguna emoción.
Se sentía desorientada y el tufo a gasolina que le saturaba la nariz y la garganta, hacía que su confusión empeorara. Evocó difusamente las vueltas de campana que había dado el coche al salir sin control de la cerrada curva. Era posible que, además de la herida que causaba aquella lenta hemorragia, tuviera algunos huesos rotos, aunque, por extraño que resultara, su cerebro no recogía ninguna señal de dolor.
Se restregó los párpados para limpiarlos de sangre. Ahora distinguía a Alfonso con un poco más de nitidez. La estaba mirando. Sus ojos, desorbitados, la taladraban teñidos de terror. Vio sus labios moverse, pero sin alcanzar a captar sus palabras. No supo si la razón era que sus oídos le fallaban o que a él le fallaba la voz; tampoco le inquietó ignorarlo. En realidad, lo que pudiera estar diciendo le traía sin cuidado.
«¿Me trae sin cuidado?», se extrañó.
Sí, porque Marta ya no amaba a Alfonso. Aunque lejanamente consciente de ello, no era capaz de establecer cuándo el amor, ese amor único, pasional, ciego, incuestionable, que a sus veinticinco años le apresó como un cepo el corazón haciéndole soñar con un futuro en común igual al de los enamorados de novela rosa, siempre juntos, siempre comprensivos, siempre deseándose, había comenzado a licuarse entre los resquicios de la rutina, del hastío de una relación cimentada en la fútil seguridad de que compartía sueños y esperanzas con el hombre que amaba. Tal vez sucedió la primera vez que Marta notó la indiferencia de Alfonso ante sus planes de futuro o en la época en que empezó a intuir el creciente aburrimiento de este en la cama. Quizás cuando se percató de que su marido prefería trabajar hasta tarde en la oficina a regresar al hogar, las salidas con compañeros a las escapadas con ella los fines de semana, cuando descubrió las miradas distraídas que le dirigía a otras mujeres más jóvenes, menos cotidianas.
Trató de levantarse y se inclinó hacia delante. Un vértigo borroso inundó salvajemente su cabeza. Apoyó las manos en el asfalto para no caer de bruces y los pedazos de cristales rotos y metal que salpicaban la carretera se le clavaron en la carne. Unos zumbidos rebotaron dentro de su mente con violencia y sus sentidos despertaron de golpe; hasta la última terminación nerviosa se tornó en un vértice infinito de dolor. Su cuerpo se estremeció con brusquedad, gritó y su propia voz desgarrada le reverberó en los oídos hasta que unas incontenibles náuseas amordazaron el descontrolado alarido.
Enmarcado en el silencio sepulcral que siguió al estertor de sus arcadas, escuchó un cercano chirrido intermitente. Atontada, levantó la cabeza tratando de identificar su origen. Vio que una de las ruedas del automóvil, que descansaba panza arriba sobre el aplastado techo, haciendo equilibrio en el suave terraplén de la cuneta, seguía girando con una lenta y escalofriante lentitud.
—Marta… —oyó que la llamaban.
Alfonso permanecía en la misma posición: el torso asomando por la destrozada ventanilla del conductor, la sangrante cabeza apoyada en el suelo, un brazo extendido hacia ella, como el de un suplicante mendigo, el otro doblado bajo su cuerpo en una postura imposible.
—Ayúdame… —gimió, y borbotones de sangre brotaron de su boca salpicando el asfalto.
Un aletargado rescoldo de amor se avivó en su ser, instándola a gatear por el suelo hasta el hombre, a pesar del dolor sordo de sus miembros, de la sensación vertiginosa que se inyectaba en su cerebro cada vez que movía la cabeza. Con torpes gestos le pasó las manos por debajo de las axilas y agarró sin fuerza los brazos. Le escuchó gemir y llorar tan dolorido como asustado, pero no fue eso lo que la paralizó, sino los recuerdos que inoportunamente la asaltaron. Sin pretenderlo Marta rememoró los muchos gestos desairados, las palabras hirientes, las miradas despectivas protagonistas de su relación desde hacía tiempo. Revivió los silencios interminables cargados de reproches, las cenas preparadas para dos que solo ella consumía, las muchas noches esperando su regreso, huérfana en una cama que se había vuelto un erial. Evocó las inútiles excusas, las acusaciones esgrimidas por ambos, la rabia, la incomprensión, las mentiras egoístas, afiladas e hipócritas. Reconoció el odio navegando libremente por sus venas, ese que había crecido a la sombra menguante del amor, y soltó los brazos de Alfonso.
—Ayuda… —suplicó, tratando de asir el pantalón de Marta.
Sin prestar atención a los desvaídos gestos del hombre, se sentó en el suelo apoyando la espalda en el lateral del vehículo.
—Por favor… Marta —musitó, sus estrábicas pupilas giraban sin rumbo tratando de hallarla.
—Te dije que ibas demasiado deprisa —le acuso con voz ronca. Apoyó la frente en la mano—. Te lo dije. Pero tú ni caso. ¿Para qué? Escucharme es una perdida de tiempo. Nada de lo que digo te importa. Podría desaparecer y tú ni te enterarías. O quizás sí. Quizás es lo que estás esperando, que me rapten o me muera o me tire de un puente, que salga de tu vida sin que tú tengas que ensuciarte las manos. Porque para afrontar en lo que nos ha convertido el amor, hacen falta más cojones de los que tú tienes.
—Por favor…
Marta contempló su rostro, desfigurado por el dolor y los cortes producidos por los cristales rotos del parabrisa; no le pareció el mismo, pero lo era. Debajo de la sangre y el sufrimiento, estaba el hombre que había llegado a odiar tanto como amó.
Tanteó el suelo hasta que su mano chocó con un trozo de algo que podría haber sido el tubo de escape. Lo agarró sin mirarlo; era un poco pesado, pero fácil de manejar.
«Después de tanto amor y tanto odio…», recapacitó. Después de tanto amor y tanto odio, no le quedaba más que aceptar que ambas cosas son inseparables.
No se levantó. Sentada como estaba descargó un primer golpe, flojo y sin puntería, que aún así dio en el blanco con un chasquido blando y arrancó al hombre un prolongado lamento. Hasta el cuarto no consiguió ser lo suficientemente eficaz. Cerca del vigésimo se le agotaron las fuerzas y la voluntad, y el cilindro resbaló de sus dedos.
Ahora, lo que tenía ante si era una mezcla sanguinolenta de carne y huesos, silenciosa y muerta, una irreconocible masa informe de dientes rotos, globos oculares reventados y carne machacada que nada le inspiraba, ni repugnancia ni lastima ni remordimiento, ni siquiera satisfacción.
Le pareció escuchar el sonido de un lejano motor acercándose y con esfuerzo, apoyando la espalda en el coche y empujándose con las manos, se fue incorporando.
Mentalmente comenzó a redactar su declaración.
«Amor y odio, señor juez, las dos caras de una misma moneda. Si no le hubiera amado no le habría odiado. Por eso está muerto. »
La vista se le nubló y sintió lágrimas rodar calientes por su sucio rostro. Se preguntó si la causa de su llanto era una herida en los ojos o tal vez en el alma. No dio con la respuesta y de todos modos, ya daba igual.
12 comentarios:
Wow, Nut, tu relato me ha dejado sin palabras O_O
Muy buena historia. Al final, el amor/odio puede hacer a la gente estar como una regadera (xD)
¡un beso!
Uff, qué fuerte!! Muy bien relatada la historia...
Sumo las dos exclamaciones de Elisa y Dolly y agrego: fiuuu!!
Que fuerte, cierto que del amor al odio hay un solo paso y puede ser tan profundo e irracional en ambos casos.
Muy original relato y muy bien llevado.
saludos!!
Excelente, Nut!! A mí los personajes que se salen de lo corriente, me encantan :-D
Besos!!
La verdad, que bueno que te resultó difícil, porque te salió de maravillas!!!
Muy bien armado en torno a la frase y la historia muy real y fuerte...
Me encantó!!!
Beso
Nut : Tu relato impacta. Es posible que muchas mujeres experimenten esos sentimientos de amor y odio por sus parejas, después de tantos celos y demasiados desengaños.
Pensé en que, cuanto resentimiento debió haber albergado Martha, para que hubiese tenido la fuerza suficiente para darle veinte golpes a su marido, a pesar de que ella también estaba herida.
Felicidades: Doña Ku
jo, me ha encantado, nadie diría que te ha costado
¡Wow Nut! Estuvo muy intenso, planteaste muy bien en este relato que el amor es un sentimiento tan fuerte como el odio. Tan cálido algunas veces, como doloroso en otras.
Sora Tatsuki.
Que me gustan las historias llenas de tragedía realista, son difícil de relatar pero a ti te sale tan natural, es como si diera la impresión de que en 15 minutos lo acabaste con un logro estupendo. Me falta mucho para llegar a escribir como tú, Nut, así que seguiré esforzándome por ello. Del amor al odio hay un solo paso.
Saludos
P.D: >_> quiero leerme tus relatos de yaoi!!!! necesito orgasmos mentales en mi vida XD
¡Muy bueno! Sobre todo el final, yo pensaba que al final acabaría de otra manera, pero me ha sorprendido.
¡Me ha gustado!
¡Un beso!
¡Hola Nut! ¡Gracias por tan genialisimo relato! ¡Esta increible! Tiene un final totalmente inesperado, que va perfecto con la frase, cuando la propuse jamas imagine que llegaria a esas dimensiones de historia :) ¡escribes maravillosamente! Me pongo de pie :)
¡Pero qué brutica es Marta!
Me ha encantado la historia. Aunque no sé si es la palabra adecuada, porque me he sentido un poco iiiih ajshf *hace aspas con los brazos* cuando estaba viendo lo que iba a pasar D:! Pero me has hecho sufrir muy bien...
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