
Había una vez un mundo imperfecto en el que existía un lugar, semejante a muchos otros, donde los hombres ejercían sobre las mujeres un poder que creían merecer. Respaldados por obsoletas tradiciones, protegidos por leyes indignas, alentados por un injustificado orgullo, robaban impunemente a la mujer el derecho a ser libre. Sin vergüenza, denigraban su cuerpo, su mente, su alma; sin remordimientos, le arrancaban la vida.
Una noche, los hombres de aquel lugar tuvieron un mismo sueño: soñaron que las mujeres eran sus iguales. En él las vieron caminar desnudas, danzar, sonreírle a la luz que bañaba sus cuerpos. Oyeron sus gritos de júbilo, sus risas; escucharon sus voces entonando canciones. Se contagiaron de la felicidad que la libertad insuflaba en sus almas.
Al amanecer, todos los hombres de aquel lugar despertaron del mismo sueño. Esa mañana, promulgaron una nueva ley.
A las mujeres se les prohibía soñar.