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Cambio de visión · Adictos a la escritura · Preyecto 6

De nuevo vuelvo a participar en los ejercicios de Adictos a la escritura, en esta ocasión se trata de Cambio de visión. Consiste en hacer una misma escena pero desde dos puntos de vista distintos. Tengo dudas sobre si he logrado el objetivo del ejercicio, ya que después de darle muchas vueltas a la historia, he plasmado un enfoque que no sé si se ajusta al esperado. El punto de vista de mis personajes no es sobre la situación que viven justo en el momento en que se desarrolla la historia sino de una circunstancia en concreto que los implica a ambos. Creo que me he explicado como un libro cerrado. Mejor le echáis un vistazo y me comentáis.

Perdedores


En la Ciudad Vieja de Hebrón, el sol del mediodía quemaba las laberínticas azoteas semejantes a islotes solitarios en un mar de arracimados edificios. Las omnipresentes alambradas de espino ancladas a los muros, tangible frontera entre colonos y palestinos, dibujaban sombras macabras en las lozas del suelo. Joel Lewin, desde el parapeto construido alrededor de su pequeña garita militar, vigilaba la azotea adyacente, unos cinco metros por debajo, en donde un joven permanecía firme sobre sus pies separados con las manos a la espalda y la cabeza alzada. A esta pose notoriamente provocadora, Joel había respondido como era su costumbre, cruzando el fusil sobre el pecho y situando con desapego el dedo en el gatillo. Solía resultar un exitoso gesto disuasorio; en cuestión de segundos, aquellos que le importunaban con sus acusadores ojos, abandonaban el lugar. Pero aquel tipo parecía no darse por aludido.

¿Cuánto llevaba allí? ¿Veinte minutos? ¿Treinta? Algo completamente inusual. Los palestinos no subían a la azoteas de sus casas a contemplar el paisaje ni a perder el tiempo en una estéril lucha de miradas intimidatorias. Si se dejaban ver era para, aprovechando un descuido, causar destrozos en las casas de los colonos o incluso tratar de agredirlos, algo que él, como soldado israelí, como miembro de la comunidad, había jurado evitar al precio que fuera.

Esa era la misión que Dios le había reservado, aunque no siempre fue consciente de ello.

Siendo niño, allá en Buenos Aires, su madre le avergonzaba arrastrándolo hasta la sinagoga primorosamente vestido y tocado con la kipá. Entre rezo y rezo le aburría con historias, que parecían sacadas de un cuento macabro, sobre judíos esclavizados, arrancados de sus hogares por babilonios y romanos. Historias que hablaban de suicidios en masa, de horrendas torturas, de la muerte de millones de inocentes en hogueras, en cámaras de gas, de injustas e interminables persecuciones nacidas de la ignorancia, la envidia y el egoísmo humano. Historias que resumían la existencia de un pueblo de hombres sin patria abocados a una huida interminable, a una escapada hacia la supervivencia en países ajenos que los despreciaban y en donde nunca eran bienvenidos, una nación que perduraba en el tiempo sustentada por la esperanza de retornar algún día a esa tierra que, sin conocerla, añoraba. Al principio, no supo ni tuvo interés en ir más allá de las palabras, en comprender de qué forma estaba ligado a un sufrimiento que le resultaba lejano e intangible. No fue hasta años después, que los retazos de realidad con los que su madre eternizaba las tardes en la sinagoga, tomaron forma. Se convirtieron en datos, fechas, apuntes históricos, imágenes reales, y renacieron a sus ojos de adolescente inconformista y contestatario, como el legado de un pueblo disgregado, pero indivisible y digno, que merecía justicia.

—¡¿A vos qué carajo se le perdió en el polvorín del mundo?! —le increpó su padre el día que le dijo que pensaba hacer un viaje al Estado de Israel—. ¿Ya se la pasó la vieja inflándote de macanas la cabeza? Dejate de pavadas y buscate un trabajo.

Pero, qué podía entender su padre, un judío sólo de apellido que había reemplazado a Dios por el Pelusa, de sus inquietudes religiosas. Qué podía entender un viejo oficinista sin aspiraciones ni futuro, arraigado a una tediosa existencia conformista, de la acuciante sensación de descontento y hastío que le roía las entrañas, de la rabia y el asco que le provocaba toda la estéril existencia que le envolvía. Nada. Como tampoco supo entenderle cuando, tras dos meses viviendo en Hebrón, lo llamó para decirle que había solicitado la nacionalidad israelita y que no pensaba regresar.

—¡La puta que te parió! —fue lo último que escuchó decir a su padre, antes de que éste le colgara.

Tal vez si hubiera visto lo que él vio, si aquella tarde, dos semanas después de llegar a la ciudad, como él su padre hubiera estado en mitad de la pequeña plazoleta para sentir las balas zumbar en sus oídos, igual que furiosos moscardones, y ver las cabezas de los niños judíos que jugaban reventar como sandías maduras, tal vez sí habría comprendido su decisión. Quizás incluso, por primera vez, habría apoyado a su hijo. No ocurrió así.

Quiso Dios que fuera, él y no otro, testigo y superviviente de aquella atrocidad injustificable, que viera la verdad y el desamparo de unos hombres y mujeres que sólo buscaban recuperar las raíces que guerras, matanzas y pactos políticos, habían tratado de arrebatarles. Quiso Dios mostrarle el camino… y él supo seguirlo.

Sin apartar el dedo del gatillo, alzó el cañón del fusil hacia el cielo con un movimiento premeditadamente lento, y sonrió. Zahi Bassir, firme sobre sus pies, leyó en ese gesto todo su desprecio, toda su intransigencia, todo su fanatismo, pero no sintió miedo.

—El miedo se aprende —solía decirle el Imán Houzi—. Tú vives en un barrio rico aquí en París. Tienes unos padres que te miman como a un príncipe. Te sirven criados que te obedecen. Vas a escuelas privadas donde te respetan. El miedo no forma parte de tu vida. En cambio —añadía alzando un dedo adoctrinador—, tus hermanos de Palestina crecen sabiendo lo que es el miedo, pero no se dejan doblegar por él. Cada uno es un mártir que será recompensado por Dios en el paraíso.

Tanta vacua palabrería le hacía reír. Él no creía en mártires, no creía en Dios, pero sí en aquello que podía ver y tocar. Por eso era curioso, siempre lo había sido, y atendía a las enseñanzas del Imán para poder hurgar en ellas sembrando dudas, cuestionando su racionalidad, en un intento más frívolo que erudito, de abatir el castillo de naipes sobre el que se asentaba una teología atávica e inmovilista.

—Preguntas. Preguntas —se quejaba el Imán Hauzi cuando su paciencia se diluía—. Eres un mal musulmán Zahi. Un joven sin fe. Debes visitar los lugares santos para recuperarla.

Y así había hecho, pero no porque pensara que pasearse por la Medina o dejarse atropellar por la marea humana de la Meca pudiera devolverle algo que nunca había poseído ni quería poseer, sino porque disponía del tiempo, el dinero y la cantidad justa de tedio para hacerlo.

Jerusalén tendría que haber sido el final de su periplo tras una rápida visita a la Explanada de las Mezquitas, pero alguien le habló de Hebrón y recordó lo que el Imán Hauzi le había contado sobre las iniquidades que los palestinos de aquella ciudad tenían que soportar.

«Ver y tocar», pensó, mas empujado por el aburrimiento que por un verdadero interés.

En su primer día en Hebrón, descubrió con indignación, que de poco le servía su dinero ni su pasaporte francés, para los soldados de los checkpoints era un musulmán más al que humillar, registrar, interrogar e intimidar. Se enfureció cuando, para cubrir una distancia de cien metros, le obligaron a bordear toda la ciudad con la excusa de que había determinados lados de una misma calle que un palestino no podía pisar. Con la caída de la noche se soliviantó al descubrir los focos de las torres de vigilancia que, como los de una cárcel de máxima seguridad, barrían la ciudad en busca de noctámbulos caminantes. Durante el segundo día deambuló por calles abandonadas que antaño fueron el corazón del rico zoco árabe, sintiéndose como un pájaro enjaulado e indefenso al caminar bajo el enrejado de metal levantado para proteger a los viandantes de los objetos y la basura que las familias judías, dueñas de los pisos sobre las antiguas tiendas, arrojaban a la vía. El tercer día rezó y lloró en la Mezquita de Ibrahim, el lugar donde el judío fundamentalista Baruch Goldstein había dado muerte a veintinueve palestinos y herido a más de ciento veinte y entre cuyas paredes parecía persistir aún el olor a pólvora y sangre. Al cuarto día escuchó disparos que restallaban como un interminable eco en el silencio lúgubre que invadía cada rincón de la ciudad; al atardecer vio depósitos de agua agujereados y el valioso y escaso líquido filtrándose irremediablemente entre las lozas del suelo, y por algún escalofriante motivo, creyó que era sangre y no agua lo que se derramaba. Fue al quinto día cuando no hubo luz ni agua para las viviendas palestinas. Al sexto cuando recibió un culatazo de parte de un militar israelí por protestar contra la interrupción del suministro eléctrico. Al mediodía del séptimo, en lo alto de una azotea y bajo la mirada asqueada de un militar, cuando descubrió que seguía sin creer en Dios, pero que en cambio, había desarrollado una intolerancia violenta e inconmensurable hacia las injusticias que le impedía abandonar aquella ciudad maltratada y dar la espalda a sus hermanos palestinos, hombres y mujeres que sólo deseaban vivir en paz en la tierra heredada de sus padres, al margen de los burócratas y políticos que habían hecho de su país un pastel a repartir y transformado su desgracia en un juego de poderes.

Zahi miró a Joel y sonrió.

—Esta tierra no os pertenece —le gritó en árabe.

—Esta tierra nunca os perteneció —le respondió Joel en hebreo.

Y en la boca de ambos, se dibujó la sonrisa de un perdedor.

Fin

12 comentarios:

Noche Homoerotica dijo...

Que decirte, no sé si entra en lo que el concurso pide, pero como siempre me sorprendes. Está fenomenal.
Un saludo

KaRoL ScAnDiu dijo...

Pues me parece muy original, y como siempre, tus letras son belleza para los ojos.
La polityica, el dinero, el clasimo, las guerras sin sentido...
Sí vi dos puntos de vista distintos, aun que no de una situación, pero si de una vida entera...

Kisses y feliz semana:;D

Esther dijo...

¡Hola!
El relato es muy original y me ha gustado mucho. Según lo que he visto y leído del conflicto entre judíos y palestinos, lo describe a la perfección y me puedo hacer una idea de cómo están allí las cosas, aunque supongo que es mucho peor cuando las ves con tus propios ojos. Mi opinión es que nadie es culpable ni inocente en un conflicto. Todos los son todo y alguien tendrá que parar con eso algún día, porque es un odio del todo irracional.
¡Saludos y cuídate!

Maga DeLin dijo...

Maravilloso, Nut, no tengo otra forma de decir lo que me ha parecido tu relato.
Sí creo que cumple con la consigna, y me da mucho gusto que participaras. Me encanta leerte!!

Besos!!

Riwanon dijo...

Me has dejado sin palabras, siempre consigues sorprenderme. Yo creo que si encaja bastante bien en el ejercicio, has mostrado perfectamente los sentimientos de dos personajes distintos sobre una misma situación.

Anónimo dijo...

Muy hermoso nut! escribes increiblemente bien! Adelante con todo linda!

hada fitipaldi dijo...

Tu forma de escribir es como una melodía, imprimes un ritmo exquisito y tienes una riqueza de vocabulario increíble(he aprendido lo que es atávica). Creo que cumple muy bien con el ejercicio, y que estás muy bien documentada en el tema. Besos

Unknown dijo...

De verdad que ha sido un placer leer algo sobre un tema tan controvertido pero tan extraordinariamente bien escrito. Creo que desde mi posición solo puedo felicitarte; el resto es osadía.

Laura S.B. dijo...

Qué mejor manera de dar dos visiones que retratando las dos partes de un conflicto.
Como siempre, inmejorable :)

Amaya F. dijo...

También sin palabras.

Déborah F. Muñoz dijo...

sí que cumple con los requisitos, no se entendería la escena sin los dos puntos de vista, creo yo. Es un relato magnífico, y refleja la realidad de lo que ocurre en la zona.

LadypurlE dijo...

Creo que compartimos la opinión, Nut. Que absurdas son las ideologías extremistas que siembran la muerte para inocentes, que solo desean vivir en paz. Entendible la visión de los dos mundos, si tan solo se pudiera abrir una brecha entre sus pensamientos para que se fijaran que todos persiguien el mismo ideal, que son mas similares de lo que nunca antes pensaron... maravilloso, como siempre. Hace reflexionar. Te debo un mail, linda, te prometo escribirte pronto, un abrazo enorme y un beso y gracias pro seguirnos deleitando con tus maravillas.

Patts.